allons enfants de la cinépatrie: an end has a start

Siempre me han fascinado las librerías y bibliotecas. Recuerdo que cuando era pequeña (4 o 5 años) empecé a convertirme en coleccionista de cuentos. Bueno, de cuentos, de Barbies, y de casas para Barbie. La cuestión es que me sentaba en mi escupidera con forma de tortuga verde, y me empezaba a mirar los cuentos y a cansar a mis padres para que me los leyesen (Nada, que la niña no sabía entretenerse sola). Aún conservo todos y cada uno de ellos, iba creciendo y los seguía coleccionando, adoraba que pusieran la feria del libro en el parque, incluso adoraba comprarlos repetidos, mientras los dibujos cambiasen yo ya era feliz. Luego empecé a leer y, claro, seguía dando el coñazo a mis padres y a la chica que me cuidaba en que, cada día al salir de clase, me tenía que pasar para ver todos los libros que había.
Más tarde vinieron los libros por obligación en el colegio. Recuerdo que los odiaba porque yo seguía empeñada en ''La princesa y el guisante'', ''Pulgarcito'', ''La sirenita'' y claro, aquella clasificación extraña que tenía SM no me gustaba para nada, que si blancos para los que apenas sabían leer, azules si tenías 7 años, naranjas si ya leías con más fluidez, y los rojos eran todo un mito, porque con 11 o 12 años, menudo coñazo leer esos libros. Así que recuerdo que yo seguía con mis preciosos cuentos de pasta gorda.
Tenía uno antiquísimo de mi madre, con unas muñecas que vestían con estilo barroco. Se trataba de la colección completa de Perrault (cómo lo adoraba):

Ahora una ya va creciendo y, aunque se ve incapaz de leer "Los Miserables" de Victor Hugo o "El Quixote", va reuniendo a algunos grandes de la Literatura y contribuyendo a uno de esos sueños que seguro muchos compartimos: albergar en casa una especie de libroteca; mitad librería, mitad biblioteca.